Derechos humanos
El sábado próximo es diez de diciembre y la
Declaración Universal de los Derechos Humanos cumplirá sesenta y tres años.
Aunque no ha llegado a la edad de jubilación, en muchos casos es como si hubiese
sido borrada del mapa. No me estoy refiriendo exclusivamente a los países que
no la han firmado, ni a los que, habiéndolo hecho, viven en regímenes políticos
cercanos de hecho a los totalitarismos.
También aquí, en la civilización
occidental; en la progresista y civilizada Europa. También aquí, hay atentados
contra la dignidad humana. Porque, ¿qué es si no una de las resoluciones que
aprobó el pasado día uno de diciembre el Parlamento Europeo? En ella, aprobada
por 454 votos a favor y 86 en contra, se pide a la Comisión y al Consejo -¡las
más altas instituciones europeas- que el aborto sea considerado un medio para
luchar contra el SIDA. Eso sí, el “aborto -dicen- seguro y legal”.
Si mis
entendederas no están muy atrofiadas, creo que en este punto lo que van a
conseguir no es eliminar el SIDA, sino más bien a las PERSONAS con SIDA.
Terrible e infernal. Pues bien, el aborto nunca será la solución: por mucho que
se le tilde de “seguro” y de “legal” no podrá esconderse su carácter “inmoral”
y “criminal”. Quizás, en vez de llevarnos las manos a la cabeza, debiéramos ser
más duros al reivindicar los derechos humanos a la vida y a la verdad. Por
dignidad y, sobre todo, por el Amor de Dios.
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