Romae

Que la romana es una cultura clásica, no lo niega nadie. Queda demostrado por doquier. Por ejemplo, en su lengua -lingua conmunis para nosotros-. En ella encontramos el casus locativus, presencia inequívoca del indoeuropeo. Y es que lo clásico es lo máximamente englobante o las formas en su pureza. Esta entrada se identifica por el locativo Romae que indica el lugar en donde he estado los últimos días.

Vuelo Ryanair. Sin problemas. Alojamiento low cost. Sin problemas. Peregrinación típica: cuatro basílicas mayores, sacramentos, fe, oración por el Obispo de Roma, aversión al pecado. Todo con sus proverbiales helados, cafés, pasta... Sin problemas. Detrás, el pensamiento sobre la decadencia y lo decadente.

Me gusta lo decadente, porque me gustan las huellas. Me gusta lo decadente y las huellas porque siempre son visión de lo nuclear desde lo circundante. Ver la realidad por debajo de la apariencia. En Roma todo es así. Palacios renacentistas con fachadas sin restaurar que esconden verdaderos hogares. Metros en Termini que, detrás de unos vulgares graffitis, se revelan como eficades y rapidísimos modos de acercarte a lo importante e inesperado. Suciedad en calles pisadas desde hace miles de años.

Lo decadente me enseña que ningún mal es más grande que el hombre que lo cometió. Lo decadente me enseña que detrás, escondido, siempre está lo grande. Está la grandeza por excelencia. Está Dios.

La Iglesia siempre ha sido decadente y por eso siempre ha estado y está reformándose. Pero siempre ha sido y es el mismo Cristo. La Iglesia hoy se esconde detrás del escándalo. La Iglesia hoy es guiada por un Papa débil y anciano. Yo soy rostro de la Iglesia. ¿Más decadencia? Piensa y dime si no es "decadente" que Cristo este presente en una partícula de pan y una gota de vino. Leer la decadencia y descubrir en ella el misterio es cosa de humildes. Humildes como san Pablo. Él, inspirado por Dios, escribió en una ocasión a los corintios:

"Nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan; estamos apurados, pero no desesperados; acosados, pero no abandonados; nos derriban, pero no nos rematan; en toda ocasión y por todas partes, llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.

Mientras vivimos, continuamente nos están entregando a la muerte, por causa de Jesús; para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. Así, la muerte está actuando en nosotros, y la vida en vosotros".

Así me siento y así siento a la Iglesia. Lo he aprendido en Roma. Y, por eso, os confieso que me gusta lo decadente.


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