Novedad
Casi todas las mañanas, durante mis vacaciones, salgo a pasear. No se trata del aprovechar las idas y venidas a la Universidad. No: el de las vacaciones es un paseo en sí (si existe algo como tal). Hoy en mi recorrido casi ritualizado, he pensado mucho y he conseguido brincar de lo trivial a lo divino.
Con mis paseos estoy redescubriendo la Zaragoza en la que nací hace casi 38 años: el marcado carácter mediterráneo de las calles que desembocan en el Paseo de los Ruiseñores, con sus casas, más o menos ricas, pero siempre aparentes en sus colores ocres que recuerdan a la romana Tarragona, a la aragonesa Aix de la Provenza y a la cristiana Roma. Con el paseo, ha comparecido una catolicidad ambiente que a muchos pasará inadvertida. Respirando colores y contemplando los aromas, ¡qué pronto se han desmenuzado los cinco luminosos!
El Parque. Me lo decía mi amigo el profesor a su regreso: "Zaragoza está más verde que nunca". Hay que darle toda la razón. Me ha sorprendido un parque Primo de Rivera cuidado hasta el mimo. Lástima que alguno de los caños de la Fuente de la Princesa no cumpla su fin. He descubierto a un Doctor Cerrada elegante, precedido por su fauno y dando la espalda al Huerva. Entre Princesa -¿o Neptuno?- y Cerrada, vigilados por Alfonso, además de rosas, muchos niños y familias. He respirado con el pulmón de Zaragoza y me ha seducido.
Rodeando el Cabezo de Buenavista, el Canal Imperial de Aragón. De verdad que los plataneros son de sombra. Y de verdad que los patos recién salidos del cascarón rodean a sus madres. A pesar de algún episodio de basura -cada vez menos-, resulta cierto que se puede hacer más ancho el tiempo. Pero sólo, contemplando y reflexionando.
¿Cuántas veces he hecho este recorrido? Innumerables, como nuestros mártires. Sin embargo, mis caminos de este año, a fuerza de repetirse, son inmensamente nuevos. Y ahí está lo divino: en el repetir, aparece la inmensa e inmarcesible Novedad, invitándonos a seguirla. Como el acontecer salvífico en la liturgia. ¿Por qué tantos se empeñan en innovar y romper? Porque hace tiempo que cambiaron su corazón por un automatismo que fantasea con la libertad.
Con mis paseos estoy redescubriendo la Zaragoza en la que nací hace casi 38 años: el marcado carácter mediterráneo de las calles que desembocan en el Paseo de los Ruiseñores, con sus casas, más o menos ricas, pero siempre aparentes en sus colores ocres que recuerdan a la romana Tarragona, a la aragonesa Aix de la Provenza y a la cristiana Roma. Con el paseo, ha comparecido una catolicidad ambiente que a muchos pasará inadvertida. Respirando colores y contemplando los aromas, ¡qué pronto se han desmenuzado los cinco luminosos!
El Parque. Me lo decía mi amigo el profesor a su regreso: "Zaragoza está más verde que nunca". Hay que darle toda la razón. Me ha sorprendido un parque Primo de Rivera cuidado hasta el mimo. Lástima que alguno de los caños de la Fuente de la Princesa no cumpla su fin. He descubierto a un Doctor Cerrada elegante, precedido por su fauno y dando la espalda al Huerva. Entre Princesa -¿o Neptuno?- y Cerrada, vigilados por Alfonso, además de rosas, muchos niños y familias. He respirado con el pulmón de Zaragoza y me ha seducido.
Rodeando el Cabezo de Buenavista, el Canal Imperial de Aragón. De verdad que los plataneros son de sombra. Y de verdad que los patos recién salidos del cascarón rodean a sus madres. A pesar de algún episodio de basura -cada vez menos-, resulta cierto que se puede hacer más ancho el tiempo. Pero sólo, contemplando y reflexionando.
¿Cuántas veces he hecho este recorrido? Innumerables, como nuestros mártires. Sin embargo, mis caminos de este año, a fuerza de repetirse, son inmensamente nuevos. Y ahí está lo divino: en el repetir, aparece la inmensa e inmarcesible Novedad, invitándonos a seguirla. Como el acontecer salvífico en la liturgia. ¿Por qué tantos se empeñan en innovar y romper? Porque hace tiempo que cambiaron su corazón por un automatismo que fantasea con la libertad.
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