Meditación: Jueves Santo, en la Cena del Señor
Una habitación en el piso alto de la casa. Una estancia hermosa. Tapices y divanes. En el centro, la mesa. La cena preparada. Los apóstoles no intuyen la grandeza de esa cena. No pueden imaginar ni de lejos que la comida que van a compartir será la fuente y la cima de la iglesia, de la vida cristiana. De la vida de los sacerdotes y de la vida de los seglares. De todos. El centro de la vida de nuestra parroquia. La sagrada eucaristía.
Los apóstoles no entienden que van a participar de la institución de dos sacramentos. Piensan que van a comer la pascua, como cualquier judío piadoso, recordando un acontecimiento pasado. Eso sí, están cautivados de la majestad de su Señor. Le aman. Le aman con un amor todavía humano, pues no ha sido derramado el Espíritu Santo en sus corazones. Pero le aman y creen que Jesús es el Cristo. Todavía sobrevendrán muchas dudas, pero todas serán cubiertas con el velo de la misericordia divina. Juan, el apóstol más joven, inspirado por el Espíritu de Dios, como hemos proclamado, entiende y escribe que "habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin".
Hasta el fin. Cómo puede ser? Si el amor de Dios es infinito, nunca se acaba, cómo nos ama hasta el fin? Totalmente. Al máximo. Más que todas las madres. Más que los amigos. Un amor más fuerte que el de los enamorados. Un amor más fuerte que la muerte. Hermanos, no nos sintamos nunca solos o desamparados. Que nunca nos desesperemos. Tenemos un amor en el que nos podemos apoyar. Un amor sobre el que no caben dudas. Aunque, hay alguien que dudó de ese amor. Judas. Ya no está allí. Se ha levantado y se ha marchado solo.
Sentimos envidia de Juan. Está recostado sobre el pecho del Maestro. Oye los latidos de su Corazón Divino. De ese corazón del Dios hecho hombre. Y nosotros no podremos oír el latido acelerado del Corazón de Jesús, que nos ama hasta el fin? Sí. Es el momento de instituir los dos sacramentos. Jesucristo toma el pan y luego el vino. Sobre ellos dice unas palabras que nos suenan igual que las palabras de Dios a Moisés: Yo soy. Ahora Jesús lo dice sobre el pan y el vino, e inaugurando la verdadera Pascua, inaugura la sagrada eucaristía. Nos dice: esto es mi Cuerpo, esta es mi Sangre. Sólo necesitas fe para creerlo: no miremos las apariencias externas, fiémonos del Señor. Él ha resucitado a Lázaro, ha dado de comer a muchedumbres, ha expulsado demonios y calmado tempestades. No miremos la sencillez de los elementos, fiémonos de su omnipotencia. Él ha creado todo. Él te ha creado a ti. No nos extrañemos de que nos de a comer su Cuerpo y su Sangre. Es para que podamos vivir de su amor para siempre. Sabe que deseamos estar con él. Por eso nos da su Cuerpo, su Sangre, su Alma, su Divinidad. Tomad! Para qué todas las personas de todos los tiempos podamos ir a él, comulgarle y recostar la cabeza sobre su pecho, para descansar.
Los apóstoles ya son sacerdotes. Con la eucaristía, Jesucristo nos ha dado el sacerdocio ministerial. Agradezcamos este don que forma parte de la esencia de la iglesia. Constituyente. Pidamos vocaciones entre los niños y jóvenes de nuestra parroquia.
No nos olvidamos. Jesús, el Hijo Único de Dios, ha instituido eucaristía y sacerdocio como formas de servicio. Antes, el Señor lavó los pies a sus apóstoles. Otro signo de amor. Amor elocuente en la humildad. Este amor divino y sagrado que lava los pies nos deja boquiabiertos. Nos conmueve ver de rodillas al Creador. Pero es que ha querido redimirnos pasando por ser el último de todos. Un esclavo obediente que se somete a la muerte de cruz. Ahora lo vemos de rodillas, lavando los pies a los discípulos. Delante de cada uno, coge los pies sucios y los limpia con amor, como si no tuviera nada más que hacer. Seca nuestros pies, los besa. Viene a nosotros, pobres pecadores, y nos dice: te amo, te amo hasta el fin. Y también nos dice: lavaos los pies unos a otros. Es lo que ahora voy a hacer. Rezad para que este gesto sea sincero en vuestro párroco, en vuestros sacerdotes y en todos los sacerdotes del mundo. Para que encontremos en el servicio nuestra felicidad. Y vosotros, todos, haced el propósito de amar como Jesús nos ama. Con obras, evitando lo que hace daño al cuerpo y al alma de las personas; olvidándoos de vosotros mismos, para servir al prójimo. Como Jesús. Como María.
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