Meditación: Viernes Santo, en la Pasión del Señor
Viento, fuertes ráfagas de viento. Una columna de polvo, oscura, atraviesa el monte Calvario. Una tinieblas misteriosa envuelve todo. Sigue esa noche negra que comenzó a mediodía, cuando fue crucificado el Redentor. Tiembla la tierra. Cesan las risotadas y los insultos. Los curiosos, los indiferentes y los que se dejan llevar se van marchando asustados, golpeándole el pecho. Los soldados han dejado de jugar. Sus irracionales supersticiones les hacen mirar al cielo con terror.
Nosotros seguro que nos hubiésemos marchado de no haber estado allí la madre de Jesús. Llorando, sus lágrimas se mezclan con las del Señor, y exclama con ojos de misericordia: Él es mi hijo y da la vida por la salvación de todas las almas. Jesús la mira. Mira al discípulo amado y nos dice: Ahí está vuestra madre. De veras, vuestra madre. Jesús se muere. Al final de su vida nos da lo que más ama. Es su testamento de amor, firmado con sangre y agua.
La oscuridad sigue cubriendo el cielo. Clavado en la cruz el que es luz del mundo, paga por los pecados. Por cada uno de todos los pecados. Por los nuestros. Por los míos. Se abraza a la cruz hecha de las deudas, angustias, abandonos, tristezas y desamparos del mundo entero. Redentor nuestro, perdónanos.
"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". Jesús inclina la cabeza sobre su pecho. Expira. Jesús ha muerto. La iglesia y la creación entera miran al Hijo de Dios. María. Las santas mujeres que la acompañan. Juan el apóstol. El centurión. Los soldados. Y nosotros. Nosotros. Tú y yo. Mientras, la tierra tiembla. Las piedras se parten en dos, como queriendo proclamar que Jesús es rey, es Dios.
Jesús ha muerto, pero ha vencido. Ha destrozado las cadenas con las que el diablo nos tenía sujetos. Ha vencido al odio, ha vencido a la muerte. Con su victoria nos ha hecho hijos de Dios, nos ha abierto las puertas del paraíso, nos ha salvado. Gracias, Redentor nuestro! Tu amor ha vencido al odio y la venganza! Gracias a tu cruz, podemos decir a nuestro Padre Dios, de verdad, no con metáforas: Padre, Padre mío, Padre nuestro.
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