Meditación: Vigilia Pascual


Con una pedagogía maternal, la santa Iglesia nos va llevando a través de esta noche tan distinta a las demás noches. Una luz, surgida de una naturaleza muerta, como es la madera separada de sus raíces, llena de esperanza a nuestras vidas, que tantas veces languidecen por nuestro pecado, como mueren los sarmientos separados de la Vid.

Encendida la luz, llegó el momento de rememorar la historia del pueblo elegido por Dios. Nacido de él, fue seleccionado de entre las naciones para ver y enseñar que Dios quiere hacer alianza con los hombres. Y que esa alianza, querida por Dios, pero quebrantada una y otra vez por los hombres, llegará a ser definitiva, como anunciaron los profetas.

Gloria. Hemos cantado ese himno, que no olvidéis que comienza con el canto de los ángeles al anunciar a los hombres una nueva era: la del Mesías. El cambio de la edad de las promesas (el Antiguó Testamento) a la edad del cumplimiento ( el Nuevo Testamento). Cumplimiento en Cristo, el que obediente al Padre se hizo hombre y se sometió a una muerte ignominiosa. Muerte de cruz. Todo está cumplido, dijo desde la cruz y la eucaristía, mirando hacia lo antiguo. Y hoy, el cumplimiento es novedad: todo lo hago nuevo. Por eso, la palabra de la Pascua es ALELUYA, un canto a la obra de Dios. Pero con un sentido pleno: por qué alabar a Yahvé? No es un aleluya fruto de la creación, sino de la salvación. Esto es lo nuevo: Cristo a resucitado y con él hemos resucitado todos. La resurrección de Cristo se prolonga mediante el bautismo en los miembros del Cuerpo Místico. El uno es símbolo del otro. El bautismo es la resurrección real de Cristo en los cristianos, tanto que, por hacernos hijos de Dios, nos hace herederos de una vida feliz y eterna en el cielo, verdadero paraíso.

Todo es nuevo. Por eso la Pascua es don de novedad, llamada a la novedad, exigencia de novedad, gracia de novedad. Novedad cósmica, pues en Cristo resucitado, vemos un cielo nuevo y una tierra nueva. Ya no hay un abismo infranqueable entre Dios y el hombre, entre la naturaleza y la libertad. Todo tiene el sello de Dios. Y no es una metáfora. Dios está presente en el cosmos, sosteniéndolo en su belleza y llamándolo a su plenitud. Es decir, a la superación de la caducidad. Lo único que tiene los días contados es la explotación. El futuro es crecer en la vida.

Novedad personal. Todas y cada una de las personas humanas, unidos a Cristo resucitado, pueden dejar sus complejos y ataduras, para vivir en la ley de la gracia. Es decir, según la fe, la esperanza y la caridad. Vivir en gratuidad, sabiendo que todo es nuestro, nosotros de Cristo y Cristo de Dios. Así podemos mirar a los otros como hermanos, respetando profundamente su libertad y ofreciéndoles con generosidad lo mejor que tenemos: a Jesús.

Novedad comunitaria, novedad en la iglesia. Cuántas veces se ven en nuestra comunidad parroquial caras largas, fruto de las exigencias, los resquemores, las ideologías, las mentiras, las conveniencias egoístas, los juicios y las comparaciones. Todo eso ha de caer. Hay que hacer sitio al espíritu. A la oración y al servicio. A la sagrada eucaristía. Al amor. Cristo ha abierto las puertas del sepulcro, para que entre la luz, la respiración, la sangre. Para que entre en la vida humana la alegría, la ternura, el servicio, el anuncio. Y lo ha logrado. No lo dudéis, no. Cristo ha vencido y todo lo ha hecho nuevo.

Mirad a la Virgen, ella os dirá que sí. Que cantéis aleluya, que la muerte está vencida y que su Hijo, Dios y Hombre verdadero, vive y nos regala vida a espuertas. Que para eso ha venido, para que tengamos vida en abundancia.

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