Un brik de Don Simón
Cada mañana, al salir de casa, me encuentro con la misma escena: sentados en un banco de la plaza, un grupo de transeúntes -tres- van pasándose un cartón de vino Don Simón. Si me fijo un poco más (no mucho, porque si no empezarían a increparme), descubro que el envase que tienen entre las manos es siempre el penúltimo de una larga serie que, sin duda, comenzó a consumirse en la noche anterior.
Siempre veo lo mismo y siempre pienso lo mismo. ¡Qué degeneración!, ¡qué pobreza!, ¡cómo pueden haber llegado a tal situación! La línea de pensamientos va conformando un plano inclinado que culmina con improperios del tipo "¡sois unos holgazanes y así os va el pelo!". Practicamente, llego a pensar que se tienen bien merecida la situación de desamparo en la que viven. Desamparo, enfermedad, frío, desprecio, tristeza. Y, finalmente, termino asociándolo todo al tetra brik de Don Simón.
¡Cuántas familias habrá destrozado el dichoso vino! ¡Cuánto sufrimiento de madres, hermanas, esposas e hijas! ¡Cuánto! No sé por qué termino culpando a una marca del desatre humano. Mi aprensión ante el brik de Don Simón es tal que me lleva a cambiar de pasillo en el supermercado cuando vislumbro de lejos las pilas del dichoso producto.
Hoy, en mi camino de todos los días, me he cruzado con un anciano. Es la primera vez que lo he visto o, al menos, es la primera ocasión en la que he reparado en él. Venía de hacer la compra. Cubría su cabeza con una curiosa gorra con forro de borreguillo y orejeras de pana. Me ha caído bien. Era el típico abuelito simpático y entrañable. Pero, ¡ah, amigo mío!, en una de las dos bolsas con las que cargaba se transparentaban dos envases de Don Simón. ¡Dos! Un conflicto se ha instalado en mi sesera: ¿es un hombre con poco gusto para el vino o es un anciano con una pensión ridícula que no le permite comprar un buen rioja o es un alcohólico insociable y maltratador? ¡¿Qué es?!
En estos pensamientos me entretenía y me apuraba, cuando me ha venido una idea que me ha serenado. Es verdad. Mi madre también compraba de vez en cuando un Don Simón blanco para sus enjundiosos guisos. Y ella no ha sido ni es nada de eso... Quizás no sea tan malo.
¿Y si no tiene la culpa el vino ni la marca? ¿Y si al alcoholismo y la marginación preceden la enfermedad, la soledad, el paro...? A lo mejor no tiene la culpa el dichoso producto. A lo mejor las apariencias engañan... Pensaré antes de volver a emitir un juicio. Y he seguido mi ruta, pensando en el drama humano que se esconde detrás de mi grupo de transeúntes. ¿Me atreveré a preguntarles?
Siempre veo lo mismo y siempre pienso lo mismo. ¡Qué degeneración!, ¡qué pobreza!, ¡cómo pueden haber llegado a tal situación! La línea de pensamientos va conformando un plano inclinado que culmina con improperios del tipo "¡sois unos holgazanes y así os va el pelo!". Practicamente, llego a pensar que se tienen bien merecida la situación de desamparo en la que viven. Desamparo, enfermedad, frío, desprecio, tristeza. Y, finalmente, termino asociándolo todo al tetra brik de Don Simón.
¡Cuántas familias habrá destrozado el dichoso vino! ¡Cuánto sufrimiento de madres, hermanas, esposas e hijas! ¡Cuánto! No sé por qué termino culpando a una marca del desatre humano. Mi aprensión ante el brik de Don Simón es tal que me lleva a cambiar de pasillo en el supermercado cuando vislumbro de lejos las pilas del dichoso producto.
Hoy, en mi camino de todos los días, me he cruzado con un anciano. Es la primera vez que lo he visto o, al menos, es la primera ocasión en la que he reparado en él. Venía de hacer la compra. Cubría su cabeza con una curiosa gorra con forro de borreguillo y orejeras de pana. Me ha caído bien. Era el típico abuelito simpático y entrañable. Pero, ¡ah, amigo mío!, en una de las dos bolsas con las que cargaba se transparentaban dos envases de Don Simón. ¡Dos! Un conflicto se ha instalado en mi sesera: ¿es un hombre con poco gusto para el vino o es un anciano con una pensión ridícula que no le permite comprar un buen rioja o es un alcohólico insociable y maltratador? ¡¿Qué es?!
En estos pensamientos me entretenía y me apuraba, cuando me ha venido una idea que me ha serenado. Es verdad. Mi madre también compraba de vez en cuando un Don Simón blanco para sus enjundiosos guisos. Y ella no ha sido ni es nada de eso... Quizás no sea tan malo.
¿Y si no tiene la culpa el vino ni la marca? ¿Y si al alcoholismo y la marginación preceden la enfermedad, la soledad, el paro...? A lo mejor no tiene la culpa el dichoso producto. A lo mejor las apariencias engañan... Pensaré antes de volver a emitir un juicio. Y he seguido mi ruta, pensando en el drama humano que se esconde detrás de mi grupo de transeúntes. ¿Me atreveré a preguntarles?
Me ha gustado mucho, José Antonio.
ResponderEliminarEn mayor o menor medida, todos nos encontramos, en nuestras calles, con situaciones como la que relatas. He de admitir que soy menos observadora que tú, nunca me he fijado en la marca del vino. A mi cabeza siempre acude el mismo pensamiento al ver a estos transeuntes ¿por qué han llegado a esta situación? Y a mi corazón siempre el mismo sentimiento: la pena.
Teniendo familiares alcohólicos he pensado mucho sobre este tema. Creo que puede haber casos que se deba a desgracias personales pero otros muchos, muchisimos, no llegan al alcoholismo por ninguno de estos motivos, así que solo me queda pensar que han llegado a esta situación porque el alcohol, por muy legal que sea, es una droga y como tal crea dependencia. A mi me ocurre lo mismo con el tabaco, aunque me afecte de manera distinta. Aunque, al precio que lo están poniendo, dentro de cuatro me veo junto a esos transeuntes pidiendo limosna para poder fumar.
Un saludo
¡María!
ResponderEliminarCurioso... te ves pidiendo limosna... pero no dejando de fumar... ¡Es broma! Haz lo que quieras, haz lo mejor. Me alegro de que te haya gustado. Es la recreación de un momento rutinario. Cada vez estoy más convencido de que lo más común e irrelevante nos hace más humanos. Hay algo en lo de todos los días con una grandeza insuperable, pero hay que estar alerta para descubrirlo. Gracias por tu comentario, ¡es una verdadera confidencia! Gracias, también, por pasar por aquí.
Hasta pronto
No te parezca broma, no. Tan poco te parezca curioso, más bien es penoso. Me veo con harapos, recogiendo las colillas que los transeuntes van tirando a mis pies... Bueno, un poco de melodrama no viene mal a estas horas. Lo cierto es que llevo desde el lunes sin fumar y todavía no me he hecho el hara-kiri, por si acaso tengo la daga a mano.
ResponderEliminarEs un placer pasar por aquí y disfrutar de tus textos. Aunque la mayoría de la veces no opine, otras veces no esté de acuerdo con lo que escribes...es igual, yo paso todos los días a deleitarme con tus pensares. Por todo esto...gracias a ti.
Hasta muy pronto.
Sin más: GRACIAS
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