Dos más dos, cuatro


¿Se puede esperar algo de un grupo de poesía? La puntualidad, no. La velada del pasado miércoles, programada para las 19:30, comenzó un cuarto de hora más tarde. Eso sí, el lugar fue el previsto: la sede del Ateneo. Es distinto decir “la sede del Ateneo” que “el Ateneo”. Al pronunciar lo segundo, pensamos, por ejemplo, en el Partenón. Quedarnos con lo primero, supone adormecernos en la insipidez de una sala de juntas que bien podría ser la de cualquier pequeña o mediana empresa en tiempo de crisis.

Lo que sí hubo fue oficiante. O, mejor dicho, ceremoniero. O, todavía más, maestresala. Jesús, maestresala del Grupo Poético Ángel U., caracterizado con los ornamentos propios de un progre tópico. Dos más dos, cuatro. Antes de principiar, repite que “este no es un recital al uso; que cada participante debe traer una poesía; repartir copias a los presentes; leerla y escuchar el juicio que los demás -¡con orden, por favor!- pronuncien”. En ese momento, la abuela del grupo se levanta y en nueva ritualización enciende las lámparas y abre las ventanas. El espacio es escaso y los asistentes casi veinte.

Dos más dos, cuatro. Siempre he querido asistir a una velada poética en la que dos más dos sumaran cinco. No lo he conseguido. Los grandes murieron cuando era niño. Los emergentes están lejos. ¿Qué nos queda? Los ripios. Tras la lectura de varios poemas, esa fue la sensación. Las excepciones no fueron muy relevantes.

Ángel, granadino militante, hizó un tiento de verso suelto. Parece que publica. “Es para mi próximo poemario”, dijo. Y “próximo” significa “próximo”. George, el canario, suma a su poesía las dotes del rapsoda y hace crecer con su voz los surcos que dejaron en el papel las palabras. Más grande resultó Teresa, con su Brisa Flamenca. Pero presentó al hijo para que los demás lo descuartizarán y así lo hicieron. No dejaron títere con cabeza. “Que muy larga”, “que una mala consecución de los tiempos”, que si “hacer poética es como unir perlas para hacer un collar”, que... Elen (sic), la rusa que edita textos para que sus compatriotas aprendan la gramática castellana, confesó que “la poesía llegó a ella cuando pudo hilar cuatro frases en español. En ruso, sólo prosa”. Y, por fin, Quevedo -perdón, Mikel-. Ataviado con lentes de inspiración barroca, a media nariz, con cuatro pelos lacios y largos y con una perilla bien trabajada, recitó... Recitó su soneto. No podía ser de otro modo. Lástima que, aunque de lectura ágil, no alcanzara un segundo nivel de sentido. No, conceptismo no fue. Una letrilla humorística, relajó la frustración de las expectativas. Pero no alcanzó el cinco.

Junto a la recitación de los versos, hubo intentos de presentar una poética: “La poesía está tan prieta que no te deja respirar”, “condensas la vivencia y te brota el poema”. El intento se quedó en intento. Sus frutos giraban entre dos polos: el éter (que no existe) y el flamenco (que sí). Del uno al otro, la mera copia de estilos que hoy no dicen mucho. Más bien, nada.

A las 9:05, hizo su entrada Valle-Inclán. Perdón, José Luis, quien repartió a los presentes el nº 5 de Constantes (o algo así), la revista de poesía del Ateneo. Fue el fin, pero al menos nos volvimos a casa con algo.

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