El quinto evangelio de la Galilea (I)

En Tiberias el hotel Golam es correcto. Permite ver salir el sol, al otro lado del mar, sobre los Altos del Golam. Casi otro país, de la misma Tierra Santa.

El santuario de Caná

Caná de Galilea, para que crezca la fe de los discípulos. Hoy es una ciudad árabe. Matrimonios polacos celebran su alianza en torno a un altar. Complicado el urbanismo. De entre las colinas, emergen caminos y, a sus lados, cocheras, tiendas, cocheras-tienda. Me regalan un pack: estampa, holy land, cruz de madera de olivo y hojita seca del mismo árbol. El santuario de mediados del XIX esconde vestigios de un pasado romano y otro románico. La oración no brota espontánea. Todavía no se me ha concedido. Aunque ya pido por mi hermana, por todos los matrimonios o llamadas al matrimonio. Doy gracias a Dios por el de mis padres. La madre de Jesús estaba allí. Y me voy a Nazaret.

Capilla mayor de la Basílica de la Anunciación

Nazaret. Me conmueve pensar la contención del aliento de la naturaleza y de la historia a la espera del sí terreno que cante armónico con el sí celestial. Ya. Acabo de salir de celebrar la misa en Casa de María. El sol en su cenit. Llaman a la oración desde los alminares. La sombra no hace sombra a la Luz. Todo en Nazaret parece unas entrañas de madre alumbrando. Suenan las campanas. Hic Verbum caro factum est. Zoquearé antes de la comida. Con unos pistachos premium, entro en la sinagoga, donde Jesús pronunció el "esta escritura se cumple hoy en mi". Y, aunque no estaba previsto, me perderé. Con fray Ricardo de Lanjarón recorreré un zoco distinto, sin rosarios ni cruces, con alfombras mirando a La Meca. Yo, tras comer en La Fontana di María unas hierbas amargas, me voy al Carmelo, no sin antes mirar Nazaret desde la altura y pedir que sea cristiana.

Restos del naufragio en La Fontana di Maria

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