Benedicto XVI a los seminaristas (VIII)


El último de los puntos que trata el Santo Padre en esta epístola se refiere a la procedencia de los seminaristas y al tipo de formación que han de recibir en los seminarios. No debe ser la formación en la espiritualidad propia de un movimiento específico, sino que se ha de inspirar en la más genuina tradición de la Iglesia. Este es un punto delicado. Mi experiencia es la siguiente: procedencia de una parroquia rural católica, diez años en el Seminario Metropolitano de Zaragoza, formación encomendada a la Hermandad de Sacerdotes Operarios, persecución de cualquier forma de espiritualidad calificada por ellos de rancia, llave de la puerta principal en la mano, grupos de revisión de vida en los que participaban formadores y formandos... Evidentemente, en este momento del Seminario Cesaraugustano, aunque se llenaba la boca de diocesaneidad, lo que realmente se vivía era una deformación progresista de la vida cristiana y del ministerio sacerdotal con hipócritas tintes de equilibrio. Veamos lo que dice el Papa:

"En la actualidad, los comienzos de la vocación sacerdotal son más variados y diversos que en el pasado. Con frecuencia, se toma la decisión por el sacerdocio en el ejercicio de alguna profesión secular. A menudo, surge en las comunidades, especialmente en los movimientos, que propician un encuentro comunitario con Cristo y con su Iglesia, una experiencia espiritual y la alegría en el servicio de la fe. La decisión también madura en encuentros totalmente personales con la grandeza y la miseria del ser humano. De este modo, los candidatos al sacerdocio proceden con frecuencia de ámbitos espirituales completamente diversos. Puede que sea difícil reconocer los elementos comunes del futuro enviado y de su itinerario espiritual. Precisamente, por eso, el seminario es importante como comunidad en camino por encima de las diversas formas de espiritualidad. Los movimientos son una cosa magnífica. Sabéis bien cuánto los aprecio y quiero como don del Espíritu Santo a la Iglesia. Sin embargo, se han de valorar según su apertura a la común realidad católica, a la vida de la única y común Iglesia de Cristo, que en su diversidad es, en definitiva, una sola. El seminario es el periodo en el que uno aprende con los otros y de los otros. En la convivencia, quizás a veces difícil, debéis asimilar la generosidad y la tolerancia, no simplemente soportándoos mutuamente, sino enriqueciéndoos unos a otros, de modo que cada uno pueda aportar sus cualidades particulares al conjunto, mientras todos servís a la misma Iglesia, al mismo Señor. Ser escuela de tolerancia, más aún, de aceptarse y comprenderse en la unidad del Cuerpo de Cristo, es otro elemento importante de los años de seminario".

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