¿ZP o María Antonieta?


Sé que alguno de los más leídos seguidores de esta bitácora, en cuanto descubra el título de esta entrada, me mandará un correo-e invitándome a pulirlo, cambiarlo o, si no soy capaz de lo anterior, a eliminarlo. De momento, ahí se queda. Su motivo es ilustrar un juego de dos palabras al que llevo dando vueltas varios meses: ingenuidad y perversión.

Se ha dicho de María Antonieta que, en sus cambiantes estados de ánimo, pasaba de la ingenuidad a la perversión sin ningún tipo de compás de espera. Yo creo que la reina era una niña. Más o menos una niña y que la razón de los cambios era un espíritu caprichoso por infantil. Dejémoslo ahí, no sin antes pedir disculpas por esta simplificación que tiene más de cinematográfica que de científica.

El caso de Zapatero es de distinta naturaleza. Al principio, muchos creíamos que el actual Presidente del Gobierno era un tonto útil para determinado o determinados poderes en la sombra. Que alguien, que no aparecía, había encontrado a un ingenuo capaz de emocionarse y configurarse con un discurso maniqueo y reduccionista, propio de las propagandas más negras. Con el paso de las legislaturas, la ingenuidad del Presidente del Gobierno no ha perdido su pátina. Sin embargo, sus obras van mostrando que lo que la piel esconde es una absoluta perversión y ésta, en un doble sentido. Perversión porque supone una visión artificial de la realidad y perversión porque supone el intento de romper con una naturaleza que se tiene como enemiga y que se desea superar con una ideología.

A pesar de la reflexión, confieso que, en la mayor parte de las ocasiones, ingenuidad y perversión siguen presentándome como indiscernibles en el caso de Rodríguez Zapatero. Este buen/mal niño ha creído hasta el final la teoría democrática ortodoxa propugnada por Bryce hace casi 100 años. Zapatero piensa en la omnicompetencia de todos para todo. Y, como la realidad desmiente esta creencia, rebaja la competencia cualitativa a la cuantitativa. Ser omnicompetente es tener lo necesario para emitir un voto cada cuatro años y luego callar. La suma de los sufragios es la que ha dado patente de corso al Presidente que ya no duda en presentarnos con ingenuidad su perversión. Pero, que se ande con cuidado: aunque la mayoría deba prevalecer, no siempre es buena y, cuando se le ha dado tantas alas, es inútil censurarla. Fatalmente se conducirá a sí misma a la destrucción y llevará, con ella, a sus adoradores/aduladores.

Hoy Rodríguez Zapatero ha dado un salto más en su plan. La renovación de sus ministros es ejemplo palmario de su perversión. Y sirva como ejemplo el encumbramiento de Pérez Rubalcaba: vicepresidente, portavoz y ministro del interior. Zapatero, en el cenit de su ingenuidad/perversión, no ha tenido miramientos en crear un monstruo que aúne en sí la comisaría política, la comisaría policial y la comisaría propagandística. No estamos lejos de un totalitarismo. Por eso habrá que cuidar: como escribía alguien en el blog de un maestro, "el ojo de Sauron lo ve todo".

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