Dom Guéranger
Poco es lo que he escrito acerca de mi última visita a Solesmes. Sólo unas impresiones desmadejadas el pasado lunes. ¡Y es tanto lo que queda dentro! Hoy voy a reflexionar sobre su fundador y sobre lo que representa para la Iglesia y el convulso mundo del siglo XIX.
Dom Próspero. Un sacerdote secular, amante de la Iglesia y, como no puede ser de otro modo, amante del Papa (de cualquier papa).
Francia. Después de las sacudidas revolucionarias intenta convertirse en una nación fuerte. Para ello recurre a la idea de Tradición tan en boga en la Europa de ese siglo. El factor desestabilizador por excelencia -la Iglesia Católica- debe plegarse ante la urgencia de conseguir un Estado potente. ¿Cómo conseguirlo? Separando a la jerarquía y a los fieles del tronco común y romano. Intentando crear (¡a buenas horas!) una iglesia nacional. Para los que gobiernan, ésto sólo puede logarse haciendo reverdecer el sarmiento del Galicanismo.
Es curioso comprobar una vez más cómo el poder debe servirse de un modo necesario de la religión para lograr la cohesión del pueblo. Pero es más curioso todavía, comprobar cómo, en este caso, la idea que se esgrime es la de Tradición. Quiere romperse la unión con Roma -la vera traditio- para conseguir una dolosa traditio que justifique la idea de nación; y, al tiempo que separa al sarmiento de la vid, una a esos mismos sarmientos con el propósito de dar frutos de unidad política.
La idea política y filosófica de tradición es peligrosa. Entraña, por una parte, desconfianza en la razón y, por otra, fe ciega en la herencia por la herencia. En nombre de esa herencia se soslaya la naturaleza de cualquier institución que represente novedad. Este es el caso de la Iglesia.
¿Qué tiene que ver todo esto con Dom Guéranguer? Dom Próspero funda sobre unas ruínas lo que en unos años iba a ser la Abadía de San Pedro de Solesmes para romper con el interesado tradicionalismo fráncés, para romper con el galicanismo doctrinal y litúrgico que es presentado como la genuína y única tradición francesa. Es entonces cuando los representantes del tradicionalismo francés normalizado comienzan a calificar a sus críticos de "ultramontanos". Nótese, cómo desde su origen, ultramontanismo es un movimiento alternativo al tradicionalismo.
Pero, la sublime paradoja llegaría con el paso de los años. Cuando la República Contemporánea por excelencia deja de necesitar a la Iglesia para conseguir sus fines (fines que no entro a juzgar), inmediatamente, los que eran obstáculo y habían sido calificados de ultramontanos, pasan a ser llamados ¡tradicionalistas!
Ante ésto me surgen algunas preguntas. Las planteo para que surja debate. Mi análisis histórico no es completo. Alguien podrá matizar y aportar más datos. Mi conocimiento del tradicionalismo, por ejemplo en España, no está exento de interés. Sólo me queda pedir ayuda.
+ ¿Qué se esconde detrás de los focos de "tradicionalismo"?, ¿afán de poder, desconfianza en el hombre u otros intereses?
+¿Por qué hoy Dom Guéranguer es llamado tradicionalista?
+¿Es toda tradición susceptible de degenerar en tradicionalismo?
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