El aborto y su doble maldad


O, ¿habría que decir doble malicia? No lo sé.

Volvía en coche desde Pina de Ebro a Zaragoza, cuando, por no sé qué razón, he perdido la cuenta de las avemarías y me he puesto a pensar en el aborto. Cada vez me causa más dolor este pecado que, en cualquier sociedad sana, es también delito.

La primera maldad es que los que defienden el aborto problematizan la vida. Engañan y se engañan al decir que la vida que viene (y que tiene todo lo necesario para vivir) es un problema. Quieren olvidar que la vida es un don que sobrepasa al viviente, al mismo tiempo que aparece para los que la han concebido como un misterio de donación en el que participan sin agotarlo. La vida nunca es un problema. Es una posibilidad real que, en autenticidad, conduce a la felicidad del que la vive y de los que le rodean. La vida es un bien superior.

La segunda maldad es que los que defienden el aborto intentar dar una solución técnica a lo que de adversidad circustancial rodea la aparición de una vida. Es verdad que las circustancias de una concepción pueden ser difíciles, pero es más verdad que éstas se pueden enmendar con una solución humana y humanizante. Donde no ha habido amor, se puede poner y hacer que se multiplique. Donde hay necesidad, se puede poner solidaridad. Falte lo que falte, se puede cubrir sobreabundantemente con las grandes capacidades de hacer el bien que posee el ser humano.

Por supuesto, la solución humana nunca será la eliminación. Es doloroso que esto, hoy en día, requiera explicación.

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