Haití: ecos cada vez más lejanos


Las radios nacionales han seguido abriendo la jornada informativa (e interpretativa: pues el periodismo de interpretación se está imponiendo) con el desastre de Haití. Son, para muchos, la única conciencia social. Al desastre social previo al seísmo se unió el desastre de la naturaleza desbocada. Al desastre social previo y al de la naturaleza bruta se unió el desastre de la desorganización y de la violencia. En esa parte de la isla no hay quien mande y no hay quien garantice lo necesario para que la ayuda humanitaria sea distribuida y, de ese modo, pueda comenzar la lenta reconstrucción -o, mejor, edificación- del país.

A este rincón de España, llega algún eco. Hoy ha acudido a mí la primera persona interesada en colaborar económicamente con esta nueva ocasión para la solidaridad. Era una mujer inmigrante. Al mismo tiempo, la conmoción entre nuestros compatriotas se va haciendo cada vez más sorda. Ya nadie se lamenta. Apenas ha pasado una semana y el terrible terremoto se va acercando más a El Niño (1997-98), al Huracán Mitch de 1998 o al Tsunami de 2004, al tiempo que cada vez se aleja más del horizonte de nuestras preocupaciones más directas. Es como si el desastre hubiese tenido lugar en la casa de otro.

Este alejamiento rápido de la calamidad no sólo se da en este ámbito de las grandes catástrofes naturales. También tiene lugar, y esto me preocupa grandemente, en las desgracias ocurridas a nuestros jóvenes en sus ámbitos de ocio nocturno. Ya son varios los jóvenes cercanos a mi que han muerto o han quedado seriamente impedidos en una noche loca de viernes o sábado. Tras conocerse la terrible noticia, un cansancio y una impotencia inusitada invaden el ánimo de la comunidad. Todos, niños, jóvenes, adultos y viejos, se lamentan: "¿Por qué pasan estas cosas?". Nadie escapa al sentimiento. Hasta los padres del joven difunto -pongamos por caso- dicen a todos: "¡Qué bueno era!, ¡el mejor de los hijos!". Y no es que yo dude del cariño materno-filial, pero el pobrecillo llegaba a su casa cada mañana de domingo fuera de sí por el alcohol (alguna vez también por el porro tan extendido). Por supuesto, con los suyos era todo violencia y jamás podía compartir la mesa familiar en el día del descanso. "Déjalo que duerma. Ya madruga durante toda la semana". Un hijo/novio/amigo "modelo" que cargado de litros no dudó en coger el coche para regresar a su casa tras una noche de vorágine deshumanizada. Una noche tras otra.

Todos llorarán su muerte -yo también-; la solidaridad se trasformará en masa que llora y abraza; la solidaridad... se acabará al fin de semana siguiente. Otros recogerán el testigo del finado y harán padecer a sus madres que tragarán lo que les echen.

También la solidaridad ante Haití se acabará: ha comenzado a acabarse. ¿Por qué? Porque es un mero sentimiento. No es virtud: mucho menos hábito. Es paja que arrebata el viento. No se sostiene porque no hay sujeto humano íntegro donde hacerlo. Es, en definitiva, un ejemplo más de falta de dominio. Porque también uno puede ser falto de dominio hacia algo originalmente bueno. No es la solidaridad que se mueve por la senda de la caridad y el ánimo grande y generoso. Esta solidaridad es la del que, tras el entierro de alguien cercano, dijo sonriendo pánfilamente: "Bueno. El muerto al hoyo y el vivo al bollo". Y es que, al final, el desastre siempre ocurre en la casa de otro (hasta que ocurre en la propia).

Comentarios

  1. Entre en tu blog por casualidad y suelo leerlo habitualmente. Hoy me apetece opinar, espero que no te moleste y a la vez disculpes mis faltas gramaticales.

    En la tragedia de Haití no hay nada positivo que buscar pero me quedo el otro lado de la moneda. Ese lado en el que gobiernos, entidades de todo tipo, ong, y millones de ciudadanos de todo el mundo hemos colaborado para paliar esta desgracia. Unos más, otros menos pero cada uno hemos colaborado en la medida de nuestras posibilidades o de nuestra voluntad.


    También quiero ver el otro lado de los jóvenes. Esos jóvenes que suponen un elevado tanto por ciento en muchos voluntariados. Esos jóvenes, que verano tras verano, abandonan las comodidades de su hogar, sin pedir nada a cambio, para aportar su granito de arena en ese tercer mundo que los “adultos” consentimos que siga existiendo.
    Esos jóvenes que han alzado sus manos blancas, que han gritado un fuerte “No a la guerra” y a los que los adultos, la mayoría de las veces, decidimos ignorar. Tal vez, solo tal vez, esta sea una de las muchas causas que conducen a muchos de ellos a esas noches locas que lleva a unos cuantos a conducir bebidos. Por cierto y a modo de curiosidad; la causa de mayor mortalidad infantil en España son los accidentes de tráfico, el 60% de esos niños no llevaban sistemas de retención y viajaban con sus padres. Los jóvenes tienen una disculpa para su irresponsabilidad: la edad. Nosotros ya no podemos ampararnos en esa excusa ¿Cuál nos buscamos ahora?

    Un saludo

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias por leer mis cosas, María. No tienes que pedir ningún tipo de disculpa. ¡Faltaría más! Menos, por opinar. Desde luego, creo firmemente que tu opinión enriquece este pequeño espacio esférico que pretende ser también un diálogo. Gracias por leerme y gracias por lanzarte a comentar.

    Estoy de acuerdo con lo que dices. Ha habido y todavía hay mucha solidaridad. Junto a eso, creo que todavía cabe decir -era lo que intentaba- que tenemos el peligro de dejarnos llevar por el calentón del momento, para luego, poco a poco, olvidarnos de que la solidaridad se vive en el día a día (en primer lugar, me lo decía a mi mismo).

    Los jóvenes. Conozco a muchos. Trato con ellos a diario. Entre ellos hay ejemplos de compromiso. Muchos ejemplos de mucho compromiso. También hay ejemplos de lo contrario. No se trata de esgrimir estadísticas que no poseo. No sé cuántos hay de cada. Seguramente, como en todo, hay jóvenes que, en un periodo de decisión, tantean lo uno y lo otro. Unas veces aciertan y otras se equivocan. Con el ejemplo -puede que inapropiado- de la muerte de uno de ellos en una noche loca, sólo quería mostrar que la solución no viene del subidón de sentimientos, aunque pueda comenzar con él.

    Y sí, María, hay mucha solidaridad, hay mucho joven sano y hay mucho adulto despreocupado. Gracias. Me gustaría seguir este diálogo contigo.

    ResponderEliminar
  3. Te agradezco tu cálida acogida. Leer tus cosas es un placer, aún no estando de acuerdo con alguna de ellas. Creo que precisamente por esto último me gusta tanto leerlas. Ver tu perspectiva, distinta a la mía, hace que me plantee muchas cuestiones. Y eso es bueno.

    Tiendo a ver lo positivo de las personas, quizás en exceso, tal vez por eso me cuesta creer que, de la noche a la mañana, olvidaremos esta tragedia. Muy a mi pesar he de darte la razón; olvidaremos. Olvidaremos, como hemos olvidado siempre.
    Anoche, en una entrevista, le preguntaban al Padre Ángel (Mensajeros de la Paz) sobre cuanto tardaremos en olvidar, él contestó que son gajes del oficio pero que para eso estarían ellos: para hacernos recordar.


    Mi trato con los jóvenes también es diario. Soy madre, así que imagínate...
    Está claro que hay de todo, es lógico. Ocurre que me desespera oír la opinión algunos padres sobre sus propios hijos. Se quejan de su falta de respeto, de su egoísmo, etc. Y no dudo de que sean así pero ¿quien es el culpable? ¿No somos los padres los responsables de su educación? Algunos siguen pensando que la educación se les debe dar en la escuela. Así les va...
    Mi hijo, por ejemplo, es desordenado. Llega a casa y va dejando rastro...las llaves por un lado, la cazadora por otro... pero ¿como puedo pretender que no lo haga si es lo que hago yo? El ha aprendido lo que me ha visto hacer. Podría exigirle que recoja sus cosas pero no me parece ético exigirle algo cuando yo hago lo contrario. Lo mismo ocurre, en mi opinión, con el cariño, el respeto, el saber compartir... hay que enseñarles y darles primero para poder recibir.

    Un saludo.

    ResponderEliminar
  4. Gracias de nuevo, María. Sólo una pregunta: ¿No podemos exigir a los que debemos ayudar en su formación aquello que a nosotros mismos nos cuesta? Porque a mí me cuesta todo, no podría abrir la boca. Hasta pronto

    ResponderEliminar
  5. Jajaja, me parece que has exagerado algo. Seguro que hay muchas cosas que no te cuesta tanto hacer.
    Respecto a tu pregunta: Si, claro que podemos exigir pero no me paece ni justo ni correcto. Creo que predicar con el ejemplo es la manera más efectiva de enseñar. Con el ejemplo te exiges más a ti mismo y estimulas a quien aprende de ti. Es difícil, muy difícil. Si fuese sencillo, mi hijo sería la personificación del orden (y yo también)
    Tendré que exigirme mucho más. Saludos.

    ResponderEliminar
  6. ¡Cómo te ríes! Pues no exagero nada. Todo me cuesta, más o menos. Mi respuesta a mi propia pregunta: no podemos exigir aquello que no nos creemos, pero sí aquello que, pareciéndonos bueno, nos cuesta. Podemos exigir aquello por lo que luchamos, aunque ni siquiera lo hayamos conseguido para nosotros mismos. ¿Qué tal? Hasta pronto María

    ResponderEliminar
  7. Así que era una pregunta con trampa...¡te sabías la respuesta!
    Fuera de bromas; la verdad es que suena muy bien pero me siento incapaz de exigir algo que yo misma no consigo, por bueno que me parezca.
    Hasta pronto José Antonio.

    ResponderEliminar
  8. Noooooooo. No tenía trampa. Simplemente, es una cuestión a la que le he dado -y le sigo dando- muchas vueltas. Exigir de otro algo que es bueno y que yo mismo me exijo crea una comunidad de exigencias. Pero, ¿qué significa exigir? Desde luego, no forzar. Más bien, esforzarse junto a otro por lo mismo. Y esto crea relaciones satisfactorias y duraderas.
    Hasta que quieras. Eres muy bienvenida

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares