Haití: la gran oportunidad


El seísmo que asoló la ciudad de Puerto Píncipe, capital de Haití, ha sido recibido por muchos como la gran oportunidad. Las víctimas, que se pierden en el anonimato propio de uno de los paises más empobrecidos del mundo, son, a la vez, signo de las miserias que arrojan las sociedades del progreso, posibilidad para mostrar el poderío bajo forma de solidaridad o filantropía y ocasión para excusar la propia responsabilidad humana culpando a Dios. También, porque en todo lo malo resplandece lo bueno, ambiente propicio para mostrar y recibir la realidad. Pero vayamos por partes.

Al ver la miseria de las calles de la capital de Haití, nos preguntamos si estas constituyen la cruz de la misma moneda en la que brilla el desarrollo científico y técnico de las sociedades del confort. Si esto fuera así, el drama sería terrible, se haría verdad aquello de que para que unos gocen, otros han de penar. Estar en un grupo u otro dependería solamente de circustancias geográficas. Si la pobreza es la necesaria excrecencia de la vida moderna en todo su despliegue, nuestro tiempo está cimentado en la más absoluta injusticia y hay que cambiarlo de arriba a abajo. Pero no creo que sea así. Por lo menos, del todo.

Al ver los despojos humanos, el imperio de los harapos y el contraste de la exuberante naturaleza con la sangre y la lágrima, muchos han quedado conmovidos. Al mismo tiempo, puede que algunos hayan pensado que les ha sonreído la suerte, brindándoles la ocasión para justificar un "Nobel" y exhibir de nuevo y con más vigor la grandeza del sueño americano. O, incluso, que alguno vea en el resultado de la naturaleza desbocada sobre una sociedad insuficiente la posibilidad o la razón crucial de su proyecto, al que denomina "alianza de civilizaciones". Pero no creo que sea así. Por lo menos, del todo.

Al ver que la muerte predomina sobre la vida y que hay fuerzas que todavía el hombre no puede controlar y que le sorprenden, otros elevarán una queja. Encontrarán, otros, la razón adecuada para justificar la premisa que ventilaron en los autobuses de algunas grandes ciudades: "Probablemente Dios no existe...". Junto a los que se quejan y a los que han encontrado la justificación para eliminar el "probablemente" de su eslogan, habrá otros que, lejos de teorías o espiritualismos, se hayan decidido a poner por obra, de una vez por todas, su "benéfico" plan de retirar los crucifijos de las aulas. Pero no creo que sea así. Por lo menos, del todo.

La verdad es que el ver miseria, despojos y muerte nos sitúa ante la realidad. Este acercamiento a lo real tiene múltiples facetas. En primer lugar, nos hace caer en la cuenta de que, si bien no somos responsables de la calamidad natural, los somos de no haber contribuido con todo el ahínco a crear las condiciones necesarias para que todos los hombres -todos- estén en disposición de hacer frente con el mayor éxito posible a la naturaleza con su cara más salvaje. En segundo lugar, nos muestra que la solidaridad requiere una intención recta y que esta sólo puede venir de un sentimiento de hermandad que supere los límites de primer, segundo, tercer y cuarto mundo. Por último, que es peor el mal que genera el hombre, aunque no se vea, que toda la fuerza bruta de una naturaleza que ha sido puesta en nuestras manos y que tantos beneficios nos reporta.

Haití es la gran oportunidad para despertar a la realidad. Pero cuidado, para acogerla es necesario acoger a Dios.

Comentarios

  1. Mi muy querido hermano:
    Tus reflexiones son cada vez más serenas y acertadas. Te lo he dicho siempre....terminarás de portavoz de la Conferencia Episcopal...o más todavía...¿quién sabe?
    Hermano, por aquí aprieta el calorcito y hasta el clima parece se ha sumido en una languidez tras el terremoto. Las réplicas se sienten en toda américa latina -excepto en el cono sur que tiene sus propios sismos- pero enfín, que no nos toque a ninguno.
    Un abrazo inmenso, como siempre...pues siempre te recuerdo.

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  2. Ángel!!! Me alegro de saber de tí. Me causan pudor estos comentarios tan benévolos. Encomiendo para que la calma no preceda a la tempestad.
    A la espera de verte por aquí, un fuerte abrazo

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