Narnia. El león, la bruja y el armario (Andrew Adamson, 2005)
Puede parecer pretencioso introducir en nuestro trabajo de comparación un tercer término como la primera de las entregas de la saga Narnia, dirigida por Adamson. Sin embargo, creemos que puede aportar la bondad de los matices. Pero antes de adentrarnos en el planteamiento de la película conviene que examinemos su carácter. Si El evangelio según San Mateo y La Pasión constituyen una elaboración sobre el texto de los Evangelios, Narnia es la reelaboración de una elaboración alegórica de éstos, la que realizó el profesor de Oxford y escritor C. S. Lewis. Esta serie de cuentos infantiles es en realidad una alegoría de la historia de la salvación en sus tres momentos fundamentales: creación, redención y parusía. Esta elaboración metafórica puede ser entendida, a nuestro juicio, de dos modos. Bien, como la trasliteración icónica del tema bíblico de la “alianza”; bien, como la abstracción del tipo o del símbolo que representan los objetos y las personas ―también las acciones― de la Sagrada Escritura, para luego cambiar su materialidad, especialmente de objetos y personas, con el fin de hacer la historia más asequible a los niños. Sea una u otra cosa, o las dos, lo que realmente interesa es recalcar que, en definitiva, la obra de Lewis es una alegoría de los contenidos de la fe bíblica de la Iglesia. Pero, ¿qué iglesia? En esta ocasión, no nos encontramos ante una afirmación directa del dogma católico. Narnia es la obra de un ferviente anglicano que, como miembro activo del Círculo de Oxford, mantiene unas posiciones cercanas a las católicas. Si Lewis se atreve a hacer una alegoría de estas características es por sus raíces protestantes; si lo hace de un modo tan centrado en los misterios, es por su cercanía al catolicismo.
Hemos dicho que Narnia es la reelaboración de una elaboración alegórica: la realizada para el cine por el director Adamson en el año 2005. Cabe, entonces, la pregunta sobre si existe alguna motivación especial de corte confesante para esta producción. En nuestra opinión, no es así. Se trata de ofrecer al público infantil y familiar una película de fantasía, una historia bien contada. Por esa razón, el guión resulta bastante fiel a la intención y al talento literario de Lewis y, por ello, introducimos esta película en el más amplio contexto de las películas sobre el acontecimiento cristiano.
En concreto, El león, la bruja y el armario, segunda historia de Las Crónicas de Narnia, presenta bajo la figura de Aslan, el león, una alegoría de Jesucristo1. Esta sustitución se hace especialmente evidente cuando el león, para salvar a los suyos, entrega su vida voluntariamente en un cruento sacrificio. Por si fuera poco, al día siguiente se rompen las piedras del templo y Aslán resucita, vence al Mal y lleva a todos sus amigos a la victoria. Esto permite que se constituya un reino en el que hay cambio y relieve, al que llega la primavera. Un cierto reino de la vida. Con esta base, podemos elaborar una comparación fecunda. ¿Cuáles son las bondades que aporta esta película? Ciertamente se trata de cine de fantasía. Pero, su visión mágica, a la vez que sencilla, permite al espectador consciente comprender qué es lo que hay detrás de esos personajes alegóricos y percibir una idea sintética y adecuada de lo que constituye el centro de la fe cristiana: el sacrificio vicario de Cristo. Uno que paga por todos la deuda por los delitos cometidos. Uno que no cometió pecado se inmola en sacrificio en lugar de todos. Aslan presenta, aunque de un modo velado, la quintaesencia de la teología cristiana más completa y acertada. Para interpretar la alegoría es necesaria, hemos de reconocerlo, una mínima cultura bíblica y teológica.
1Cfr. Ibid., pp. 148-149.
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